Hoy, a la distancia, me suele pasar de reveer ciertas situaciones que me han tocado vivir o presenciar; situaciones que son prueba a veces de la idiosincracia que tenemos. Desde la corrupción hasta la violencia, pasando por el peor de los tipos de violencia que es el ignorar al prójimo.
Québec no está ajeno a esto último, pero en este caso les quiero comentar una pequeña anécdota de la que estaré eternamente arrepentido: mi último trabajo en Argentina fué como asociado en un estudio contable (digamos, propietario parcial) con lo cuál me tocaba muchas veces por semana viajar para visitar a los clientes en sus comercios o domicilios (algunos en Zarate, algunos en el microcentro, repartidos por todo Buenos Aires basicamente).
En todo ese tiempo que pasaba en la calle manejando he visto todo tipo de accidentes de tránsito, "animalitos de Dios" detrás del volante, limpiavidrios, mendigos, chicos cantores de subte, etc, etc. Y llegado un momento la piel parece curtirse como el cuero a fuerza de rechazo y repetición, y nos volvemos insensibles a todo eso.
En mi caso recuerdo particularmente una tarde que transitando por Belgrano, en un semaforo en rojo, se acercó un chico de unos 10 años a pedirme dinero a la ventanilla de mi auto, a lo cuál me negué (sin siquiera bajar la ventanilla, haciendo seña de negación con el dedo índice). Lo terrible es que recuerdo estar comiento un paquete de alfajores en ese momento a lo cuál el chico me hizo señas de que compartiera uno con él...... a lo cuál me negué. Por qué tendría que, otra vez más, ser molestado en el confort de mi auto por uno de "esos", que no me dejaba ni siquiera disfrutar de mi "recreo" y comerme mi mundano alfajor tranquilo?
QUE-PEDAZO-DE-BESTIA-INHUMANA-QUE-FUI!
Cómo pude reaccionar así? Qué paso por mi cabeza, y sobre todo, por mi corazón, para comportarme de esa forma tan inhumana hacia ese chico, a quien quizás le hubiera iluminado la cara un ratito y le hubiera devuelto, aunque sea por unos minutos, la infancia que ya tenía tan perdida?
Me sentiré culpable por eso por el resto de mi vida (aunque logre en el avenir ayudar a otras persona o chicos, nunca voy a poder volver el tiempo atrás para reparar ese momento) y me pregunto que clase de persona y hombre soy como para haber reaccionado como lo hize.
Hoy, a la distancia, me doy cuenta de que la realidad que me tocaba vivir en aquél entonces contaminó evidentemente mi moral, mi compás de la generosidad y de la solidaridad. Pensaba quizás que si le diera o no algo a "ese" nada cambiaria...alguien mas vendría a molestarme en el semáforo siguiente.
Algo que he aprendido en Québec (sobre todo gracias a mis amigos de Iowa que vivieron acá varios años y que nos han ayudado infinitamente) es que uno no puede salvar al mundo, pero puede mejor el rinconcito donde vive. También he visto que las obras buenas aquí quedan en pié, y se pueden hacer cosas sin que se las lleve el viento.
Y a ese chico en aquella esquina le digo desde el corazón, perdón.
Qué bien has transmitido tus sentimientos! Se necesita mucho coraje para ver esas partes que no nos gustan de nosotros, y más aun, compartir con otros eso que no aprobamos de nosotros mismos.
RépondreSupprimerLo terriblemente doloroso de nuestro país es que ha producido algo que se suele llamar "fatiga de la compasión". A fuerza de repetir esa sensación de impotencia, la percepción se cierra, es como un callo para evitar el dolor a repetición que produce sentirse impotente frente a tanta miseria. Es admirable cuando hay personas que pueden encontrar la salida a esta situación. Irse, tomar distancia y volver de las maneras que se pueda. En algún sentido lo estás haciendo: compartir esto es una manera de irse acercando. Seguramente con el tiempo, encuentres maneras de colaborar con esos rinconcitos.